Por Rodrigo Nivonog
Casa nueva son zapatos nuevos, nuevo peinado, rutinas impolutas de la modernidad renovadas. Casa nueva es dejarse llevar por el sentimiento de que todo va a cambiar. No importa si es departamento, mansión o cualquier vivienda entre esas dos, el hecho de estrenar espacios, genera el sentimiento de que todo lo demás es nuevo y desconocido, incluyendo uno mismo. A cada paso se construye el piso bajo los pies y cada decisión parece abrir caminos frescos y desconocidos frente a nuestros pies.
Los rituales de la casa nueva generan lazos con los que nos rodean: Amigos ¿me ayudan a pintar? es que los cuartos son verde pistache y yo prefiero el rosa chicle. Papá, Mamá, ¿me ayudan con el refrigerador? Vecinos, Hola ¿Me disculpan el ruido brutal que hicimos durante la fiesta de inauguración? Es que casa nueva, vida nueva.
Mudarse a una nueva casa casi siempre implica mudarse a un nuevo barrio, con la consiguiente exploración de los alrededores. Buscar el cafecito agradable de la colonia, la tortillería, el panadero con ganas de lograr la mejor concha del mundo, el zapatero que nos sacará de más de un apuro, el restaurancito que también abra los domingos en la noche, cuando se acabaron la comida de la alacena y las ganas de cocinar de la semana.
El ritmo de vida cambia. Querer ir al parque todas las mañanas a correr, levantarse temprano a sacar la basura (porque esa semana cuando no la sacaste descubriste que la basura vieja huele feo), comprar tenis deportivos.
Hace falta poner cortinas y comprar sillas más decentes (las sillas de plástico blancas no están padres en ningún caso), encontrar a la vecina guapa (¿en qué departamento vivirá?) y pelearse con uno mismo en busca del espacio perfecto.
Pero felicidades, vives en tu casa nueva. Con poder decir eso, basta.
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