Coincidieron varias veces en el elevador y nunca te habías dado cuenta de que la vecina del 204 estaba embarazada hasta que su vientre prominente fue demasiado obvio. En ese momento el edificio entero se desvivió en felicitaciones y consejos de las madres que siempre (sin reparo) se solidarizan con las primerizas.
Lupita, la abuelita del 104, le teje una chambrita al niño con el estambre que le había sobrado de la última que le hizo a su nietecita. “No importa si es color durazno, hoy los hombres también usan ese color. Además… es un bebé”. La del 301 le dice a la futura mamá que le va a regalar el esterilizador de mamilas que ya no le hace falta y el del 403 siempre le ayuda a cargar las compras hasta su cocina.
Con la llegada de un bebé llorón al mundo, este círculo de ternura, de vecinos amables, amorosos y extraordinarios, se desvanece más rápido que la fuerza de voluntad frente a una torta ahogada.
El llanto del recién nacido puede lograr que el edificio más amigable del mundo se convierta en el lugar más hostil del planeta. En la junta vecinal se habla del crío y se proponen pediatras, otorrinos, gastroenterólogos, remedios caseros, lecciones sobre la educación de niños recién nacidos, clínicas de sueño, té de anís y hasta alivios contra el empacho y el mal de ojo. Los focos fundidos del estacionamiento y el policía que se queda dormido en la noche y no abre la puerta ya no son prioridad.
No existe aún el remedio para la desesperación de los papás primerizos ante un problema así; pueden pensar que están preparados para ser padres, pero jamás para lidiar con la sociedad que, resignadamente, tiene que sobrevivir a un bebé llorón. Para ellos, cada lágrima derramada significa un día más que no podrán ir al cine, a un restaurant, visitar amigos, salir de viaje…
Las razones y porqués del origen de la especie “neonatus-chillonus” son innumerables, lo que es un hecho es que la gran mayoría tiene el don de la seducción. Esos momentos en los que lo has maldecido, basureado y que inclusive han logrado despertar tu instinto asesino cuando llora en martes a las tres de la mañana, desaparecen, sin embargo, cuando lo ves y asoma sus inocentes ojitos grises desteñidos.
Es difícil entender cómo un bebé tan gordito y adorable llora de esa manera desconsolada, puedes dudar inclusive de la madre o el padre (que para esas alturas cobijan ya su cansancio con ojeras), porque ese bebecito tierno es incapaz de llorar tanto por sí mismo: forzosamente tiene que haber un factor externo que lo torne inestable.
Pero no es para siempre… El día menos pensado te das cuenta de que los pajaritos vuelven a escucharse por las mañanas, que el silencio se ha manifestado nuevamente en las madrugadas, que la noche se hizo para dormir… Y es que el bebé llorón es parte del pasado.
Los vecinos harían un altar al pediatra que le diagnosticó “intolerancia a la lactosa” y acabó con esos días fragorosos en los que el mal humor imperaba.
Todo ha vuelto a ser amor y paz, por lo menos durante los próximos ocho meses, cuando nazcan los mellizos de Clarita (la del 206).
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