Al ser vital para el ser humano y tener un contexto tan social, es difícil reconocer a la comida como una adicción. Una persona tiene sobrepeso porque no sabe comer bien y la situación se le sale de control; el paso a la obesidad es cuestión de tiempo.
Creo que eso es lo que me pasó, de pronto la comida me controlaba, era más importante para mí reconfortarme comiendo “rico” que comer sano. Y es que era un camino sin salida (próxima) que no estaba dispuesta tomar.
La primera vez que fui a un nutriólogo (a los 10 años) tenía 10 kilos más. Las dietas para llegar a mi peso “ideal” yo las consideraba eternas ¿Cómo se suponía que iba a estar 2 meses llevándome de lunch a la escuela pepinos, una manzana y “mi cantimplora” con agua sola, mientras mis amigos comían un sándwich, papitas y coca cola? Ese fue solo el principio… No querer hacer dieta para no sentirme “segregada”, para no asumir que tenía un problema.
Entonces el “problema” fue creciendo… Yo lo intentaba disimular con blusones, vestidos largos, camisas de franela de hombre y pantalones gigantes (benditos noventas!). Podía engañar a todos (y hasta a mí, tratando de evitar los espejos) pero la realidad me superaba. Cuando surgía un plan espontáneo de quedarme a dormir en casa de alguna amiga, la mamá era quien me tenía que prestar una pijama porque las de mis amigas nunca me quedaban, o cuando el niño que me gustaba (y con el que me quedaba horas hablando por teléfono), me mandaba decir con su mejor amigo que yo era “super buena onda ” pero que me olvidara de que algo podría pasar porque “yo estaba gordita”.
Agradezco enormemente a la vida no haberme dejado ser puberta en la era de las redes sociales porque las probabilidades de que me convirtiera en una víctima del photoshop y stalker profesional de los niños que me gustaban serían altísimas.
A las críticas y bullying de mis compañeros de escuela se sumaban las “intervenciones” de mi familia (yo era la única gordita en una familia de flacos). Mis papás y abuelas ya no sabían cómo tratar de explicármelo para que lo entendiera. Usaron (casi) todo tipo de argumento: “Es que tienes una cara muy bonita, es una lástima que te dejes estar gordita” “A los niños no les gustan las niñas gorditas” “Los gorditos no son felices” “Imagínate que podrías usar ropa más bonita” “No te das cuenta de que nunca vas a tener novio si sigues comiendo así?” En fin… Me acuerdo de casi todos, sin embargo, no recuerdo una sola vez que alguien me dijera que necesitaba bajar de peso por salud.
A los 21 años toqué fondo, mi Papá luchaba contra un cáncer de pulmón feroz y yo era testigo de esa batalla. Al tratar de ser un soldado para él, me di cuenta de que la mejor manera de ayudarlo era haciendo algo por mí, tratar de resolver algo que a él lo había preocupado siempre.
Entonces fui con la nutrióloga no. 47 de mi vida y me topé con la sorpresa de que estaba a tan solo 4 kg. de pesar 100 kilos. Poooom! 96 kilos! ¿En qué momento? El diagnóstico fue claro: obesidad de tercer grado. En lo primero que pensé con angustia fue “ahora sí, voy a estar (mínimo) un año a dieta” (esas cosas que te estresan cuando no tienes idea de los problemas reales).
La diferencia entre esta nueva dieta y las 3000 que había hecho, es que me daban de comer todo el tiempo. 5 comidas al día era para mí una falacia (¿quién baja de peso comiendo 5 veces al día?), sin embargo, cuando las empecé a hacer, mi cuerpo reaccionó de inmediato.
En esa etapa de mi vida aprendí a comer, entendí que no podía tener ayunos de más de 4 horas, que el desayuno es la comida más importante del día, que las harinas blancas son veneno pero que puedes aprender a incorporarlas a tu dieta sabiéndolas combinar y que, en tu día, necesitas (al menos) comer un plato “verde”.
Así se fueron 25 kilos en un año… Cuando falleció mi Papá, seguramente la apuesta general era que yo iba a “recaer”, sin embargo, logré mantenerme así por varios años. De hecho, había épocas en que lograba bajar 5 kilos más y de pronto subía dos y bajaba 3… En fin, el chiste es que logré mantenerme así por 8 años, sin embargo, eso no quiere decir que yo había llegado ya a mi peso, el diagnóstico seguía siendo que yo tenía sobrepeso (al menos ya no era obesidad)
Durante esos 8 años disfruté mucho más la vida, es como que logré recuperar el tiempo que había pasado encerrada en casa “escondiéndome” durante mi adolescencia. Si surgía un viaje a la playa, era la primera que se apuntaba (ya no ponía mil excusas para que no me vieran en traje de baño). Si bien nunca he sido “una varita de nardo” en esos años aprendí que tenía que quererme y aceptarme como soy.
Un día decidí cambiar de nutriólogo (nunca dejé de ir con la doctora que me cambió la vida la primera vez) para dar un paso más. Ya llevaba demasiado tiempo “estancada” y yo sabía que podía volver a “apretar” como al principio y de una vez por todas dejar atrás la historia del sobrepeso. He de confesar que una de las razones por las que quise dar ese siguiente paso fue porque un día me di cuenta de que yo no me conocía realmente, yo no sabía cómo era mi cara ni mi cuerpo porque siempre los había “abrigado” con grasa.
Por primera vez me mandaron a hacer análisis de sangre y perfiles hormonales, lo cual arrojó algo que nunca nadie en mis 29 años me había diagnosticado. Resulta que tengo hipotirodismo y que, al no funcionar bien mi tiroides, tengo una gran tendencia a engordar y muchos problemas para bajar de peso.
Nuevamente, me cambió la vida… En cuanto me medicaron, empecé a “consumirme”, fui bajando de peso en tiempo récord y mi cuerpo (ahora sí) empezó a cambiar. La ropa me quedaba grande en cuestión de semanas, mi cara se fue transformando (descubrí que es ovalada, no redonda, y que tengo pómulos), y mi calidad de vida mejoró drásticamente.
A mí me molesta mucho que la gente que baja de peso le dé un valor superficial a esta lucha, porque es todo menos eso. La obesidad y el sobrepeso son problemas mucho más de fondo; las personas que lo padecemos tenemos una relación codependiente con la comida y una autoestima por los suelos. No pasa por verte “más bonita” ni porque siendo flaco vas a ser más feliz, es una cuestión meramente de salud.
Yo no soy más feliz después de haber perdido 36 kilos, mi “vida” no se transformó. Yo por fin me quiero y me acepto como soy (que esa es otra historia), pero no es como que “por fin conocí el amor” o que “ahora sí me aceptaron mis amigos” ni nada de esas estupideces que mucha gente dice después de perder peso. Mi amor y mis amigos son los mismos de siempre y jamás me han juzgado por los kilos que peso ni por la ropa que uso; la gente no te quiere por tu talla y tu éxito en la vida no depende de ella.
Todos los días me sigo enfrentando a la misma comida de siempre, la diferencia es que ahora puedo detectar más fácil qué es lo que me envenena, lo que me genera compulsión, lo que me da energía y lo que me hace bien. Eso hace toda la diferencia, ya no es una batalla, sino una mediación. Hay días de verduras, hay días de pescado asado, hay días de pechuga-lechuga y hay días de pizza y hamburguesas también.
El proceso de alimentación de nuestro cuerpo es química pura, tenemos que conocer los ingredientes con los que estamos nutriendo a nuestra máquina para saber cómo puede funcionar mejor.
Absolutamente todo es una consecuencia; la comida chatarra y alta en azúcares, grasas e hidratos de carbono te genera más compulsión, además de hacerte sentir pesado, sin energía y provocarte depresión.
Hay un largo (laaargooooo) camino por recorrer en todo lo que a alimentación se refiere, uno de los grandes problemas es la desinformación. Yo creo que sí a mí de niña me hubieran alimentado mejor en vez de ponerme a dieta, mi historia hubiera sido otra. Del ejercicio ni hablamos…
Las dietas no funcionan porque son temporales, hay que cambiar por completo nuestros hábitos alimenticios para vivir mejor. Somos el país no. 1 en obesidad en el mundo, eso significa que somos la población más enferma ¿lo han pensado así?
Yo llevo 10 años luchando contra el sobrepeso y hoy quise compartirles muy “por encimita” parte de mi lucha, si logro que por lo menos una persona que está pasando por esto se identifique y se sienta comprendida, todo habrá valido la pena.
Gracias 2013 Siguiente Drama:
Palomitas caseras Vs. palomitas de microondas
Muchísimas gracias por tus cálidas palabras Andrea! Te mando un abrazo fuerte.
Eres toda una inspiración, a demás de que me sentí muy identificada con lo que escribiste, es admirable es trabajo que has recorrido y no puedo ni siquiera imaginar la satisfacción que sientes después de tanto esfuerzo.
FELICIDADES.
Querida Lourdes,
Me hiciste el día con tus palabras. Saber que mi historia sirve de algo y que alguien se siente identificado es más que suficiente para mí.
La lucha es todos los días, no podemos darnos por vencidas. Te acompaño en espíritu para no dejarnos caer.
Te mando un abrazo fuerte!
Hola! Leo lo que escribiste y siento que escribes parte de mi vida! Eres una gran inspiración! Yo también vengo de una familia de flacos, de esconderme, de tratar mil y un dietas! Y hasta hace poco empece a bajar pero mi lucha aún no termina! A veces me desespero y quiero dejar esto! Pero al leerte me dieron ganas de seguir! Gracias!!