El origen del problema es que, a través del tiempo, a las mujeres Ribas se nos ha exigido ser buenas esposas, estudiantes, profesionistas y cocineras (podría decir que en ese orden), pero jamás deportistas. Si bien los Mochulske es una familia de tenistas, pues… El gen materno predominó.
Mi mamá realmente lo intentó conmigo: natación, ballet, jazz, tap, gimnasios, spinning, kick boxing, pilates… Nada me sobrevivió más de tres meses ni de niña, ni de adolescente, ni de adulto. Que si me dolía mucho el estómago, que si me había lastimado la rodilla, que si no me daba tiempo de hacer la tarea, que si salía muy tarde de la oficina y no llegaba a clase… Y para hacer el cuento corto, pues nada, de pronto 96 kilos.
El proceso de dejar ese sobrepeso atrás ha sido largo y ha tenido altas y bajas, pero afortunadamente hoy puedo decir que no ha dejado de ser constante.
Conforme vas envejeciendo (sí, porque eso es lo que nos pasa cada cumpleaños), nos damos cuenta de que no podemos ir por esta vida sin hacer ejercicio; realmente el cuerpo lo pide (a mí sólo me tomó 3 décadas descifrarlo).
Pero en Enero del 2013 estaba decidida a hacer ejercicio. Mi cuerpo no iba a cambiar más, necesitaba ejercitarlo (algo que nunca había intentado en serio). Nunca se me va a olvidar, estaba cenando con unas amigas y me contaban de un doctor que se especializaba en cambiar malos hábitos a través de terapia de hipnosis y que había ayudado a dejar de fumar y bajar de peso a mucha gente. Al otro día, yo tenía una clase de prueba en el Bikram Yoga de la Condesa, a la cual iba MUY forzadamente para acompañar a una querida amiga que también lo iba a intentar. Mis palabras (y no las olvido más), fueron las siguientes: «Si no me gusta el Bikram, pasado mañana hago cita con el hipnotista para que me borre del cassette la idea de que yo no estoy hecha para hacer ejercicio».
Entonces me fui con mis pants (sí, pants) a encerrarme en un salón a más de 42 grados centígrados con 50 personas. Juro que con el atuendo que yo llevaba ese día, el delirio era lo más cercano a un infierno de 90 minutos en la tierra. Náuseas, dolor de cabeza, mareos… todo pasó ahí adentro. «La misión de tu primera clase es quedarte en el salón» Yo no pude, me tuve que salir a mitad de la clase a respirar aunque fuera solo 5 minutos.
Pero aguanté los 85 restantes (y era la peor de la clase), me caía en todas las posturas, me desconcentraba ver a tanta gente sudando (por supuesto moría del asco), empecé a padecer síndrome de abstinencia al no saber qué hora era y no tener dimensión de cuánto faltaba para que acabara la clase y sobretodo, no podía entender cómo es que todos sonreían si eso era una auténtica pesadilla. Lo último que me dijo la maestra antes de irme fue «vuelve mañana».
Cuando me subí al coche (hecha pedazos), sucedió algo increíble: me perdí. Estaba a 15 cuadras de mi casa y había tomado cualquier ruta. Estaba en un grado de relajación tal, que empecé a dar vueltas en el coche riéndome sola de lo que me estaba pasando. Media hora después llegué a casa y dormí como lirón.
Al otro día, desperté con más energía que nunca. Me dolían hasta las pestañas, pero estaba feliz, mi piel parecía la de un bebé y yo simplemente me veía al espejo y me sentía espectacular. Lección no. 1 del Bikram Yoga: es más poderoso que el Rivotril.
Y entonces esa tarde regresé y nunca más me fui.
En el Bikram Yoga encontré el ejercicio que mi cuerpo necesitaba, el espacio para desconectarme del mundo durante 90 minutos, el lugar que me enfrenta a un espejo tal y como soy, sin maquillaje, sin ropa que «disimule» lo que no me gusta de mí. Empecé a tomar conciencia de mis nuevas dimensiones, pude despedirme oficialmente de esa persona de 96 kilos que fui, aprendí que físicamente ahora ocupo un espacio completamente diferente. Hoy me acepto tal y como soy y no quiero cambiar nada de mí. Esos 90 minutos al día me han enseñado a quererme mucho más y a todos los días valorar mi vida fuera de ese salón.
¿El calor? El calor es el cómplice perfecto que te guía por el viaje, es quien te obliga a concentrarte y a dejar todo atrás. Esos 42 grados son en gran parte responsables de que una vez que entras ahí, no salgas siendo la misma persona.
Yo soy de la idea de que todos en la vida tienen que probar, al menos una vez, una clase de Bikram Yoga, aunque sea solo para que nadie te lo cuente.
Este post se lo dedico al increíble estudio Bikram Yoga Condesa que el viernes pasado cumplió 4 años, siempre estaré infinitamente agradecida con ellos por adoptarme y hacerme saber que nunca es tarde para hacer un cambio en la vida.
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