No sé si tenía muy claro que en mi vida quería conocer alguna vez un viñedo, la verdad nunca me lo propuse. Esto de ver en las películas cómo se disfruta la vida en la campiña al rayo del sol no me parecía una realidad inmediata, de hecho, ni siquiera me parecía una realidad.
Entonces llega el cumpleaños de Dramas de Casa y me llaman de Aeroméxico para regalarme un fin de semana en los viñedos de Valle de Guadalupe para celebrar este primer año en el Festival del Queso, Pan y Vino.
Dos boletos, fin de semana, queso, pan y vino ¿Qué puede salir mal?
¿Quién es el acompañante perfecto para un plan así? Si crees que la respuesta correcta (y más cursi) es tu novio, probablemente estás en lo correcto; pero al no tener al mío cerca, me fui por otra gran opción: Cristina, mi mejor amiga (con quien llevo 19 años ininterrumpidos pasándola brutal).
Fue así como un sábado por la mañana nos encontramos en el aeropuerto para emprender la aventura. Llegamos a Tijuana solamente a aventar las maletas en el hotel y cambiarnos, para después subirnos a una camioneta que nos llevaría hasta Ensenada al viñedo de L.A. Cetto, sede del Festival.
La carretera es espectacular, el agua color azul marino del Océano Pacífico te acompaña durante el recorrido; las olas que rompen en las rocas te hacen mucho más ligero el viaje de 90 minutos. Poco a poco se empiezan a asomar letreros que te dejan claro que estás en tierra de vinos mientras se asoma una que otra vid.
La llegada a L.A. Cetto es igual de espléndida que su Petite Sirah, de pronto ves miles (literal, miles) de uvas sembradas rodeadas de hermosos rosales y árboles de olivos, con mucha (mucha) vergüenza confieso que es lo más cercano a un Farmville de la vida real que he visto (con todo y los cuadritos de tierra marcados para sembrar).
El Festival del Queso, Pan y Vino fue una auténtica fiesta, gente comiendo y bailando en una terraza espectacular con la mejor vista del viñedo. Los principales productores de queso y pan de la región se reunieron ahí para dar a degustar a los asistentes sus mejores productos acompañados de los exquisitos vinos de L.A. Cetto al ritmo de Bossa nova en vivo. Si lo ves en una película no es tan perfecto, lo juro.
Después dimos un tour por el viñedo en donde, además de probar diferentes tipos de uvas y conocer las barricas, degustamos diferentes vinos (mi favorito por mucho, el Petite Sirah). Definitivamente uno sale un poco mareado de la degustación, pero es parte del recorrido (que se hace aún más divertido después de tanto vino). El día culminó con un hermoso atardecer, una botella de Champbrulé y varios mensajes de texto diciendo «tienes que venir a ver esto».
El viaje terminó el domingo a medio día con una plática memorable en el avión con Cristina en donde, una vez más, resolvimos todos los problemas del mundo.
¿Hace cuánto no te das la oportunidad de emprender una nueva aventura con una persona querida?
Nunca voy a olvidar la visita al viñedo, fue uno de los mejores fines de semana de mi vida en compañía de mi hermana del alma; por eso, los invito a hacerlo (o ya de menos, ponerlo en su lista de cosas que deben hacer), no hay pierde.
¡Gracias Aeroméxico por cumplirme un sueño que no sabía que tenía!
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