A mis muertos los amo y extraño tanto como siempre, no importa si es una tarde cualquiera, una mañana de domingo o en lo mejores, más felices, peores o más tristes momentos de mi vida.
El festejo del Día de Muertos en México siempre me ha parecido algo fascinante, vestimos nuestras casas y calles con altares de papel picado multicolor, calaveritas de azúcar y chocolate, catrinas, pan de muerto, veladoras, fruta y todas esas cosas que nuestros respectivos difuntos disfrutaban tanto en vida.
Siempre he querido poner un altar para mis muertos, no sé qué me pasa en el camino que nunca lo he logrado. La simple idea de pensar que en un universo paralelo mi Papá, mis abuelos, mi More y entrañables amigos que se han ido, vendrían a visitarme, suena espectacular! Me haría tanta falta en estos momentos saber de ellos y sentirlos cerca…
Ahora que por primera vez en mi vida tengo un espacio mío (y solo mío) y que tengo absoluta decisión y control sobre el orden, la decoración y el ritmo de esta casa, era mi oportunidad de montarlo en grande, pero resulta que los sentimientos traicionan y que uno no puede celebrar a la muerte cuando está en medio de un duelo.
Estoy en duelo porque mi vida no es como la conocía hace unos meses y me encuentro despidiendo todo aquello que no me gustaba, poniendo en pausa planes que parecían cercanos, tomando nota de lo que tengo que cambiar para no repetir patrones y reconstruyéndome desde un lugar completamente nuevo.
Pero el año que entra será… Voy a poner todo eso que le gustaba a los míos y voy a armar el altar más bonito para ellos. Mientras tanto, elevo mi añoranza y pensamientos a ellos, con la firme convicción de que, como bien dicen, arriba están infinitamente mejor que nosotros.
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